domingo, 8 de noviembre de 2009

La mancha

Todo empezó con una mancha. Era pequeña, del tamaño de una lenteja pero de forma irregular. Su color variaba entre el grisáceo plomizo y el verde oscuro.Tenía una textura indefinida, muy similar al descarne de un cuero de vaca, eso es lo que me pareció en un principio. Surgió en una de las paredes laterales de mi cuarto de un día para el otro. Al principio, supuse que se trataba de una mancha de humedad y minimicé el hecho, ya que el diminuto tamaño no meritaba mayor preocupación de mi parte. En ese momento no imaginaba, que aquella insignificante alteración de color en la pared, iba a desatar unos de los acontecimientos más aterradores y extraños que haya vivido en toda mi vida.

Ese día me olvide de aquel sombreado apenas perceptible y me fui a trabajar como de costumbre. En el trayecto, compre el diario como lo hacia todas las mañanas en el quiosco de don Saverio y lo fui leyendo mientras viajaba en el subterráneo. Las noticias de ese día parecían ser una copia de las del día anterior. Un hombre había sido asesinado de dos balazos en el pecho al resistirse a un robo, un trágico accidente de autos se había cobrado la vida de cinco personas entre ellas, la de dos niños de apenas tres y once años, un paro en los hospitales públicos amenazaba con hacer colapsar el sistema de salud y el presidente seguía su gira por los países de Asia. Según la crónica del día se encontraba en Taiwán, reunido con su par asiático para tratar de cerrar algún negocio de inversión.

Finalice mi trabajo a eso de las siete de la tarde y antes de regresar a casa pase a visitar a mi amigo Oscar, ya que había quedado con él que a la salida del trabajo iríamos a tomar unas cervezas. El calor había aumentado al igual que la humedad y la sola idea de beber un par de cervezas bien heladas me producía una sensación de placer anticipado.

Oscar ya estaba en la puerta esperándome, llevaba puesta su clásica chomba Lacoste de imitación, aunque esta se notaba de una calidad bastante aceptable. Solía tener una docena de ellas, de distintos colores y diseños, pero ninguna original. Su pensamiento era tan racional, que muchas veces terminaba por convencerme de que no valía la pena gastar el costo de cuatro imitaciones en una remera original. Nos saludamos con el afectuoso abrazo de siempre y partimos rumbo a la confitería que estaba en la esquina a bebernos una refrescante cerveza. Como el calor parecía no querer aflojar y Oscar no quería dejar el vicio del cigarrillo, nos sentamos en una pequeña pero confortable mesa que estaba en la vereda. El mozo no tardó en aparecer y al cabo de unos minutos estábamos disfrutando del espumoso y amargo sabor de lúpulo y la malta en nuestras gargantas, ávidas de la refrescante bebida.

Durante las dos horas que estuvimos juntos, bebimos cuatro cervezas y hablamos de un montón de temas, entre ellos de mi reciente separación después de casi ocho años de accidentado matrimonio. Desafortunadamente, Lucia y yo no habíamos podido tener hijos, una papera mal curada en mi mejor estado reproductivo, había acabado con todas mis ilusiones de poder tener descendencia. En nuestros momentos de paz y armonía debatíamos sobre la posibilidad de adoptar un niño, pero nunca pudimos llegar a un acuerdo consensuado. Siempre surgían los peores aspectos de nuestra personalidad y esa conversación que había comenzado de manera amena y civilizada, terminaba, en un duro enfrentamiento verbal e incluso físico, con algún que otro objeto de la casa roto. En el fondo, y a la altura de los acontecimientos que sucederían luego, agradecía a Dios, aunque ahora dude de su real existencia, que aquella papera me hubiera dejado estéril.

Luego de despedir a Oscar, regrese a casa como a eso de las de diez y media de la noche, estaba un poco mareado, debido a las cuatro cervezas que había tomado, pero lo suficientemente lúcido como para ir caminando sin inconvenientes. Un leve viento del sur comenzó a levantarse haciendo descender la temperatura en unos cuantos grados, hecho que me dio un poco de respiro al sofocante calor que había sufrido durante todo el día.

El departamento se mantenía bien fresco gracias al aire acondicionado que permanecía encendido. Lo primero que hice cuando llegué, fue ir a darme una gratificante ducha para luego dirigirme a la cocina a cenar algo, ya que con Oscar solo habíamos bebido. En la heladera no había demasiado, algo de fiambre, un par de tomates a punto de convertirse en conserva y nada más. Retire unos panes de la alacena y con el fiambre y los tomates preparé unos sándwiches que deglutí rápidamente con un vaso de gaseosa bien fría, mientras miraba algo de televisión. El sueño comenzó a vencerme y antes de que me quedara dormido en el sillón del living, apague el televisor y me encamine a mi cuarto con la intención de irme a dormir.

Cuando encendí la luz, algo hizo que mi atención se desviara hacia allí. Era la mancha en la pared. Ahora se la veía mucho más grande y oscura, calcule en ese momento, que desde que me fui a la mañana hasta que regrese, la misma había crecido aproximadamente unos dos o tres centímetros, lo que hacia, que ahora fuera mucho más visible. Intrigado me acerque a ver que era lo que había sucedido con aquella mácula y comprobé que no solo su tamaño había cambiado sino también su color y su textura. Ahora, el color gris plomo de la mañana se estaba transformado en un verde petróleo muy intenso, casi negro y al pasar la yema de mis dedos sobre ella pude comprobar que ya no tenia la misma estructura al tacto, ahora, era como si tocara una superficie mucho más rugosa, áspera o porosa, incluso, la pintura blanca a su alrededor comenzaba a descascararse y caía en finas laminas sobre piso. Este hecho motivo mi preocupación he hizo que el sueño se fuera diluyendo lo suficiente como para intentar encontrar una explicación a aquella extraña mancha.

Seguí con la idea de la humedad, pues su aspecto, si bien no era exactamente igual, no difería demasiado de las manchas producidas por las filtraciones de agua. Aquello, me significaba un verdadero problema ya que debía encontrar el punto de filtración y llamar a un plomero para que me lo solucione, y eso implicaba que seguramente tendría que romper la pared, situación que me provoco una profunda molestia de solo pensarlo. De pronto, me di cuenta que por debajo de aquella pared no pasaba ningún caño de trasporte de agua, que yo supiese, por lo que deduje, que el asunto venía de mi vecino el señor Hubert, quien vivía en el departamento pegado al mío. En una actitud de total conformismo, decidí que lo mejor era dormir y mañana a primera hora iría a ver al señor Hubert para contarle lo sucedido y que él haga revisar sus cañerías y repare la filtración.

El señor Hubert era un anciano de setenta y ocho años que vivía solo y sin problemas económicos gracias a una pensión militar que cobraba como oficial retirado del ejército. Su carácter no era el mejor y varias veces habíamos tendido algún que otro encontronazo por cuestiones relacionadas con la convivencia, pero ninguna había pasado a mayores y siempre habíamos dirimido nuestras cuestiones a la manera de dos caballeros del siglo 18. Estaba seguro que esta vez me costaría hacerle entender que su caño roto estaba produciéndome un grave problema en mi pared, pero no dudaba que gracias a mis buenas dotes histriónicas y de oratoria, lograría convencerle que debía hacerlo reparar cuanto antes y así evitar inconvenientes mayores.

Esa noche dormí, algo intranquilo, tuve reiteradas pesadillas en las que veía como aquella mancha, ahora de enormes dimensiones y de un rojo sangre, me devoraba como una serpiente se traga a una rata. Esos desagradables sueños, hicieron que me levantara intranquilo, con un cierto escozor recorriéndome todo el cuerpo. Lo primero que hice al levantarme fue verificar el estado de la mancha y para mi asombro su tamaño se había triplicado y ahora ocupaba una importante porción de la pared. La blanca pintura parecía ahora una piel enferma, afectada por algún tipo de eczema purulenta que reventaba hacia afuera como las negras pústulas de la viruela. La situación se estaba complicándo cada vez más y si no actuaba rápidamente, en un corto tiempo la mancha de humedad se extendería por toda la pared como un maligno tumor fulminante, de esos que consumen al enfermo en apenas unas semanas.

Me acerque a la mancha para observarla con mayor detenimiento y percibí que aquella extensión oscura que se apoderaba de mi blanca pared, poseía algo extraño, algo que no podía comprender ni explicar, pero que me hacia pensar que no era solamente una mancha de humedad. Parecía tener vida, como si reptara por la pared. Inmediatamente, las pesadillas de la noche volvieron a mi mente, ominosas y presagiantes. En solo una fracción de segundos traté de borrar esas imágenes y de racionalizar lo que estaba pasando dentro de la lógica posible, no podía dejar que mi mente divagara con pensamientos fantásticos e increíbles, así que volví a la idea de que aquella mancha no era otra cosa que la filtración de agua proveniente de algún caño roto perteneciente al señor Hubert. Que equivocado que estaba.

Me cambie de ropa, salí al palier y me dirigí al departamento B, con la firme convicción de hablar con el señor Hubert acerca del incidente. Me pare frente a su lustrosa puerta y toque timbre. Si bien el señor Hubert vivía solo, tres veces a la semana hacia venir a una señora para la limpieza y entre unas de sus prioridades era lustrar con cera la puerta de madera de su departamento, al punto de que si no lo hacia era capaz de despedirla. Espere unos segundos y no respondió. Sabia que por su formación militar el señor Hubert padecía la típica sordera del soldado, por lo que supuse que no había escuchado el sonido del timbre, así que volví a tocar con mayor insistencia. Como el señor Hubert no respondió, hice un nuevo intento, esta vez combinando el timbre con golpes a la puerta. Tampoco obtuve resultados. El hecho de que no me respondiera hizo que mis temores se incrementaran. Mire mi reloj y me di cuenta que era la hora en que el señor Hubert solía hacer sus caminatas matinales, por lo que traté de minimizar mi estado de intranquilidad, y como era sábado, decidí que lo mejor era volver más tarde, cuando estuviese de regreso.

Trate de olvidarme por un rato de aquella confusa situación y me fui a desayunar y a leer el diario en el bar de abajo de casa, como lo hacía todos los días sábados. Luego de desayunar una enorme taza de café con leche con dos media lunas y haber leído el diario desde la primera hasta última página, regrese al edificio con intención de hablar con el señor Hubert. Volví a golpear su puerta sin obtener ninguna respuesta. Ahora si, comenzaba a preocuparme y a pensar en que quizá el anciano se encontraba muerto en su departamento y que aquella horrible mancha que se filtraban hacia mi apartamento, era producto de los fluidos corporales de la descomposición de la carne muerta. La idea me sonó completamente ridícula, ya que no se percibía ningún olor nauseabundo que me indicara que allí se encontraba un cadáver descompuesto, por lo que desestimé inmediatamente ese estúpido pensamiento. Me detuve un instante frente a la reluciente puerta del señor Hubert a ordenar mis ideas y ver que era lo mejor para hacer en este caso. Mientras lo hacia, el ruido de ascensor subió lentamente desde la planta baja hasta hacerse perfectamente audible. Se detuvo con el característico ruido de las cuerdas de metal al tensarse. La puerta se abrió y el señor Hubert salió del cubículo del ascensor. Vestía una camisa de mangas cortas de color blanco y unas bermudas azules, su cabello poblado de canas, sobresalía por debajo de una gorra azul oscuro, todo su aspecto era el de un turista extranjero, solo le faltaba la cámara fotográfica colgando de su cuello. Parecía mucho más joven y al verlo pensé en lo bien que llevaba sus setenta y ocho años. Debo reconocer que su presencia me sorprendió. No esperaba verlo, allí parado frente a mi, con su rozagante rostro y su vitalidad manifiesta, como un hombre al que los años lo han tratado con benevolencia. Desde la aparición de la mancha, mi mente había volado demasiado lejos y había tejido infinitas conjeturas, entre ellas la de imaginarlo un cadáver putrefacto, por eso al tenerlo delante de mí, un reconfortante alivio me invadió al saber que no lo estaban consumiendo los gusanos. Al verme frente a su puerta se sorprendió.

- ¡Señor Castello- me dijo con una autoritaria voz que imponía cierto respeto- ¿me busca a mi?

- Señor Hubert- alcancé a decir sorprendido- en realidad yo... quería hablar con usted por...

Me detuve, no sabía como continuar, como comenzar a explicarle que el motivo de mi presencia en la puerta de su departamento, era una oscura mancha de humedad en mi pared lindera.

- ¿Tiene algo que ver con mi Marilyn? – me dijo sin darme tiempo a que pudiera elaborar una explicación plausible.

Marilyn, era una gata blanca que el señor Hubert tenía como mascota en su departamento. Uno de los tantos problemas por los que habíamos discutido, fue una vez cuando la muy astuta gata se las había ingeniado para saltar a mi departamento aprovechando mi ausencia, una vez dentro hizo uso y abuso de algunos comestibles que había dejado sobre la mesa de la cocina para después rematar su “asalto” con un hermoso regalo que dejó sobre la alfombra del living. Este hecho, motivo que el señor Hubert y yo nos viéramos enfrentados por un largo tiempo. Afortunadamente, las expediciones de Marilyn a mi departamento cesaron y las aguas se aquietaron, en apariencia, aunque la tensión entre ambos, continuó subyacente por espacio de varios meses.

- No, no tiene nada que ver con su gata- le explique- es por otro tema que necesito hablarle

El señor Hubert me miro sorprendido, como cuando un niño observa una extraña luz en el cielo y no puede dar crédito de ella. Al ver que sus ojos reflejaban la más pura desazón, comencé a decirle el motivo de mi presencia allí. A medida que le contaba lo sucedido, veía como su rostro iba cambiando de expresión, hasta convertirse en una severa mueca que denotaba preocupación y estupor.

- Lo que usted me dice no puede ser- argumento cuando finalice mi relato- En mi pared no hay ninguna humedad que pueda estar causando la mancha que usted me cuenta. Esto debe tratarse de algún error. ¿Está seguro que es la pared correcta?

- Estoy seguro- le retruque en una actitud algo soberbia. Luego me di cuenta de la manera de hablarle y trate de bajar el tono- Tal vez si usted me permitiera pasar a ver...

El señor Hubert me escudriñó con sus ojos color marrón claro, como estudiandome, en busca de alguna reacción que le hiciera justificar su idea de no hacerme pasar. Finalmente, como vio algo de sinceridad y preocupación en mi rostro, decidió acceder a mi pedido.

- Está bien – dijo no muy convencido- pase y vea usted con sus propios ojos lo que le acabo de decir.

Le agradecí con un breve gesto de cabeza, a lo cual el señor Hubert me devolvió el agradecimiento parcamente. Se encamino a su departamento, saco la llave del bolsillo de su bermuda y abrió la impecable puerta. Marilyn salió a recibirlo con un audible maullido, que me hizo recordar a cuando era niño y jugaba hacer ruidos inflando y desinflando un globo lleno de aire. El señor Hubert ingreso a su departamento y yo lo seguí con cierta intranquilidad.

- Es por aquí – me dijo sin demasiado interés y lo seguí como un becerro recién nacido sigue a su madre.

El departamento, era idéntico al mío, ya que los arquitectos que habían construido el edificio así lo habían planificado en una clara demostración de que podían ahorrar espacio y abaratar costos. Un vez adentro, me di cuenta que el señor Hubert no disponía de demasiados muebles y que solo tenía los indispensables para una subsistencia confortable y nada más. Allí no había grandes lujos, no sobraban los aparatos electrónicos, sólo un televisor a color Zenith, de los primeros modelos fabricados en los años 80 y una vieja y aparatosa radio Noblex 7 mares era todo lo que allí se podía ver. Los muebles eran también antiguos pero se notaban, de una buena calidad. Una mesa de madera, tan brillante como la puerta, con cuatro sillas forradas en pana verde, coronaba un living despojado de cualquier otro mobiliario. Solo un par de cuadros con antiguos marcos, resaltaban en una de las paredes laterales. El señor Hubert ingresó en su habitación y yo fui tras él. Una cama matrimonial, del mismo estilo que la mesa y sillas de living, se ubicaba en el centro del cuarto acompañada de una pequeña mesa de luz y un velador de noche. No había nada más. Aquello, a decir por la austeridad exhibida, parecía un cuatro de hospital público, pero con muebles de estilo.

- Esa es la pared- dijo el señor Hubert en tono triunfal- dígame, ¿en donde ve usted alguna mancha de humedad?

Observe la pared y no vi ninguna mancha de humedad sobre ella. La blancura era tal que cualquier imperfección, por más pequeña que sea, se hubiese notado desde un kilómetro de distancia. Me quede completamente anonadado. No podía creer lo que mis ojos estaban viendo. Aquella pared no parecía tener ningún problema de filtración alguna, incluso suponiendo que el desperfecto estuviera de mi lado, tampoco se veían rastros de que se estuviese filtrando agua para este sector. El señor Hubert me miraba con aire de “ganador” y una actitud de total soberbia.

-¿Y qué me dice? – volvió a decir, reafirmando su triunfo

Realmente estaba abatido, como si un enorme boxeador de peso pesado, me hubiera dado un “appercat” en la mandíbula y arrojado a la lona. Todo a mí alrededor se empezaba a derrumbar y las explicaciones racionales comenzaron a esfumarse de mi mente, como un halo de vapor en una mañana de frío invernal desaparece de la boca. Surgieron entonces los pensamiento más irracionales, esos que uno generalmente intenta desechar por no tener ningún tipo de lógica, esos que uno encuentra en lo cuentos o novelas de terror y que pueblan la imaginación de niños y adolescentes. ¿Qué era realmente todo esto?

Intenté argumentar que quizá aquella no era la pared correcta, pero el señor Hubert, en una actitud de completa seguridad, me llevo en un recorrido por todo el departamento para que inspeccionara, una a una, todas sus dependencias. En ninguna pared pude observar una mancha que me llevara a alguna conclusión posible. Desilusionado me despedí del señor Hubert con una sincera disculpa y la amarga sensación de la derrota. Sentía una gran incertidumbre y un profundo temor, respecto a que era lo que se estaba extendiendo sobre la pared de mi cuarto.

Al ingresar en el departamento, me pareció oír un extraño sonido, algo similar a una garra rasgando la madera. Aquel misterioso ruido me atemorizo, debo reconocerlo, pero me recompuse de inmediato y avancé en dirección al dormitorio. Antes de ingresar, volví a sentir el mismo ruido, pero esta vez fue más fuerte, era como si una enorme cucaracha corriera a esconderse de luz. Aunque estaba visiblemente asustado, abrí de golpe la puerta para ver que era lo que estaba causando el misterioso y espeluznante sonido, al hacerlo, alcance a vislumbrar en una fracción de segundo, como un huesudo brazo desaparecía dentro de la mancha, que ahora de extendía por casi toda la pared. El desagradable brazo, parecía tener un color pálido azulado, similar al de la piel de un cadáver y estaba cubierto de varios moretones del tamaño de una moneda, incluso más grandes. También pude observar que de la punta de sus dedos, si se le podían llamar dedos, le colgaban una especie de apéndices, parecidos a las garras de animal.

Sencillamente aquello que vieron mis aterrados ojos no podía ser real, no podía estar sucediendo realmente. Pero ahí estaba yo, contemplando como la blanca pared que lindaba con el departamento del señor Hubert, era ahora una repugnante mancha negra y pestilente. En su centro, una masa gelatinosa similar a un purulento absceso a punto de estallar, borboteaba como la lava de un volcán ardiente. Todo aquel espectáculo era verdaderamente horroroso y desagradable. Me di cuenta que la mancha se movía como un ser vivo y que se iba extendiendo con rapidez por las paredes laterales. En unos pocos minutos todo el cuarto estaría infectado y eso seguramente sería el fin. Salí corriendo de la habitación con el corazón latiéndome con fuerza y cerré la puerta con llave. Estaba como hipnotizado, no sabía que hacer, a donde ir o a quien recurrir. Me hallaba realmente espantado. La imagen del brazo hundiéndose en la espesa y verdosa gelatina, me causaba un verdadero escalofrío. ¿Qué era aquel ser que había visto desaparecer dentro de la mancha? ¿Seria peligroso? ¿Habría más? Muy asustado y confundido fui hasta living, tome el teléfono y llame a Oscar. Como pude, le explique lo que estaba pasando, al principio, solo emitió una incómoda risita entrecortada y luego me dijo.

- ¿Es una broma, verdad?

- ¡No, no es una broma!- respondí con la seriedad que merecía el caso- ¡veinte urgente!

Corté la comunicación con Oscar y me di cuenta que todo mi cuerpo temblaba, como un vaso de agua en medio de un terremoto. Mire hacia la puerta, y un terror primigenio y ancestral me invadió de repente. ¿Qué cosas estarían sucediendo allí detrás? ¿Qué horrores, surgidos del mismo infierno pulularían por la habitación? Mientras pensaba en todo eso, escuché como si algo, o alguien caminara en el interior del dormitorio, era un sonido, débil, pero lo suficientemente perceptible como para aterrarme. Quise arrimarme para oír mejor pero estaba realmente paralizado por el terror y no podía dar un paso. ¿Qué era ese aterrador sonido? ¿Seria nuevamente ese ser saliendo de la pared? El timbre me sobresaltó, cuando me pude recomponer fui hasta el portero eléctrico y le abrí a Oscar. Este subió al cabo de unos minutos y se paro frente a mí con la incredulidad de un ateo.

- Así que tenes una enorme mancha en tu pared y un demoníaco ser acaba de salir de allí para invadir tu departamento- me dijo con una sonrisa burlona recorriéndole el rostro

- Porque no entras y lo ves con tus propios ojos- le dije muy serio- Ahí hay algo caminado y estoy seguro no es de este mundo

Oscar, como persona racional y pragmática que era, no dio crédito a lo que acababa de decirle y me pidió la llave. Al principio no quería dársela pero luego al ver su insistencia accedí. Oscar tomo la llave y se encaminó hacia la puerta de la habitación.

- No entres ahí- le dije con un nudo apretando mi garganta- puede ser peligroso

- Amigo -me dijo- el peligro está en la calle, es de la gente de quien hay que cuidarse

Lo que sucedió después fue todo muy rápido, apenas Oscar abrió la puerta pude ver lo que salió de la pared y lo tomo por una de las piernas. Era como una especie de largo tentáculo gelatinoso con un color verde oscuro, no podía definir bien la forma, pero en la primera impresión eso fue lo que me pareció. El tentáculo, o lo que fuera, comenzó a sacudir el cuerpo de Oscar como si fuera un simple juguete moviéndolo de un lado para otro, luego lo arrastró hacia adentro. Oscar se tomó con los dos brazos del marco de la puerta en un intento de evitar ser arrastrado por esa monstruosa criatura, pero fue inútil, la increíble fuerza se lo llevo sin demasiado esfuerzo. Yo estaba completamente horrorizado, Oscar chillaba como un cerdo a punto de ser sacrificado y sus gritos me enloquecían y no me dejaban pensar ni actuar, era realmente un espectáculo apocalíptico y yo no podía dar crédito a aquello que estaba observando. Un segundo tentáculo, apareció de la nada y tomó a Oscar por el cuello. Sus ojos me miraron como pidiendo clemencia, pues sabía que iba a morir de la manera más espantosa. Nunca olvidare aquellos ojos llenos de horror y como aquel poderoso tentáculo presionó sobre su garganta, cada vez con más fuerza hasta que pude oír el “crack” de su cuello quebrarse como si fuera una galleta. En ese instante Oscar dejo de gritar. Por la fuerza del golpe supuse que su muerte fue instantánea y en alguna medida esa tonta suposición me hizo pensar en que mi amigo había tenido una muerte sin dolor. Solo fue un instante, porque cuando comprendí la real situación me sentí desvanecer, las piernas se me aflojaron como dos cuerdas que se cortan abruptamente y me desplome al suelo casi inconsciente, como si un fuerte narcótico hubiera hecho estragos en mi cerebro. Desde el piso y en un estado de total confusión, observé como el cuerpo ya sin vida de Oscar era cubierto completamente por una masa gelatinosa informe y pestilente. Era evidente que se lo estaba devorando, ya que podía ver como un charco de espesa y sangre negra se iba extendiendo por el suelo como una extensión de la misma mancha. Después todo fue oscuridad.

No sé cuanto tiempo estuve inconsciente, solo recuerdo que cuando desperté, ya no estaba mas en mi cuarto, alguien me había sacado de allí. De pronto, recordé el momento en que mi amigo Oscar había sido devorado por aquella extraña criatura y el sólo hecho de recordarlo me produjo una sensación de escalofrío que recorrió parte de mi cuerpo he hizo erizar los cabellos de la nuca y la piel. Lo que había vivido era difícil de aceptar de una manera racional, todo parecía ser más bien una historia salida de la imaginativa mente de Howard Philips Lovecraft o Edgard Allan Poe, aunque en lo profundo de mí sabía que todo lo sucedido no era un fantástico relato, sino una cruel realidad. Lo que vino de después fue más aterrador aún, la voraz mancha siguió creciendo y se convirtió en una amenaza incontrolable para la humanidad. El setenta por ciento de la población mundial se vio afectada por el pavoroso monstruo y los científicos hasta ahora no han encontrado la manera de detenerla.

Después de aquella traumática experiencia, me he recluido en un antiguo templo desde donde estoy escribiendo este sintético relato para que si alguien alguna vez lo encuentra, conozca mi historia y sepa porque la raza humana desapareció de la faz de la tierra. Espero que la hambrienta mancha tarde algún tiempo más en llegar hasta aquí… aunque desde hace unos días en una de las paredes del monasterio estoy empezando a notar una pequeña mancha color gris plomizo.

Página en blanco

Miro a través de la ventana de mi estudio. Afuera, la noche se aferra a las sombras como un cruel manto negro. No hay estrellas brillando en la impenetrable negrura, solo espesos nubarrones cargados de oscuros presagios se aglutinan como una enorme manada de elefantes furiosos; parecen luchar contra el furibundo viento que ahora se ensaña con un grupo de hojas muertas, levantándolas como marionetas sin control.
Un trueno llama desde la inmensidad sin tiempo y su aterrador sonido me enloquece, es como un emisario de cosas siniestras, tragedias, desgracias, dolor, muerte, olvido, todo eso parece encerrar aquel bramido del infierno. Y aquí estoy, desnudo de ideas, frente a mi computador, sin poder escribir tan solo una línea, desmembrándome, retorciéndome entre palabras y frases inconexas y sin sentido, esperando que baje una lagrima de inspiración. Afuera, la tormenta ya es un hecho y la lluvia, espesa y negra como el petróleo termina con los pocos vestigios de vida, lavando la culpas de los pecadores y llevándose los sueños de los artistas.

Intento escribir algo, pero no puedo, no encuentro nada adentro mío, estoy tan vacío como la inmensidad que me rodea, siento que mis manos apenas pueden presionar una letra en el teclado, todo parece un mal sueño, una horrorosa pesadilla de la que no puedo despertar. La tormenta es cada vez mas violenta, ahora destroza la esperanza y arrasa la pasión creadora. Es como un organismo monstruoso que piensa y actúa por si solo y que no duda en llevarse lo que más quiero. No puedo decidir, estoy perdido en medio del vendaval, sin rumbo y sin destino.

Ahora la noche se ha cerrado como la boca de un muerto, es tan densa que si estiro mi mano fuera de la ventana puedo tocarla. No me atrevo. Creo que hay algo allí en la oscuridad esperando que lo haga, algo que pretende terminar conmigo, borrar por completo mi memoria y alimentarse de mis ideas.

El reloj ha detenido su marcha, las horas son una eternidad que me persiguen, tiempo y espacio se han confabulado en mi contra, no quieren que escriba, son agentes encubiertos y su misión es no dejarme crear. Por momentos pienso en si no me estaré volviéndome loco, pero cuando oigo los aullidos que trae la tempestad entre su manto de horror, mas me convenzo que no estoy desequilibrado.

Vuelvo a la página en blanco, ver un poco de blancura en medio de tanta negrura es un alivio. Me aferro a ella, como un naufrago lo hace a un bote salvavidas en medio de un tifón. Se que puedo vencer mis miedos y escribir tan solo una palabra. Mi dedo por fin escribe algo. Un símbolo negro en medio de un mar de sal. Lo miro, trato de entender que significa, pero no entiendo.

Algo esta mal, lo sé, ese no fui yo. Creo que me están dominando para que escriba algún mensaje cifrado, secreto, por eso no puedo redactar una frase coherente, porque estoy siendo víctima de una fuerza externa. Seguramente debo tener un microchip dentro de mi cabeza, por eso las terribles migrañas que tengo durante la noche. A través de ese minúsculo aparato manejan mis emociones, mis ideas.

Mi mano actúa de manera involuntaria nuevamente y vuelve a escribir otro extraño símbolo, el mensaje oculto parece empezar a cobrar forma. Luego viene otro y otro y otro, el monitor se llena de ellos, son como un ejercito de hormigas caminando en medio de la nieve. Trato de interpretar el mensaje, pero no puedo, es obvio que no estoy capacitado para hacerlo.

Afuera la tormenta parece haber terminado con su castigo divino, ya no llueve, solo quedan algunas ráfagas de viento intentando colarse por mi ventana. El sol intenta abrirse paso entre las gruesas nubes. Esta amaneciendo.
Seguramente alguien tocará a mi puerta en algunos minutos y me pedirá que le entregue el mensaje en código. Pero todavía puedo hacer algo, eliminar lo que ellos quieren, destruirlo, con solo apretar la tecla que dice “delete” todo su misterioso contenido se habrá esfumado como una burbuja de jabón en el aire.

Otra vez el dolor de cabeza me atraviesa como un hierro candente, me inclino hacia delante por la fuerte puntada que sacude a mi cerebro. Tomo la botella y bebo un trago para mitigar el horrible padecimiento, el alcohol parece calmarme un poco, pero es solo una ilusión, porque el terrible dolor regresa y mi cabeza parece estallar. Quiero gritar pero no puedo, ellos me lo impiden, me han bloqueado los músculos de mi garganta, las cuerdas vocales, estoy literalmente mudo. Otro trago y esta vez el ardiente líquido me quema por dentro, va abriendo surcos de fuego camino a mi estómago.

El sol apenas parece tener fuerza para quebrar el manto plomizo de las nubes. No he dormido en horas, quizá en días. No se cuanto llevo encerrado aquí en mi estudio, he perdido toda noción del tiempo. Miro la pantalla y allí está la indescifrable frase, esperando que su dueño se la lleve. ¿Será alguna clave para asesinar a un presidente? ¿O un mensaje de los extraterrestres? Debo borrarlo inmediatamente, antes que vengan por él, así estaré seguro. ¡Santo Dios! Ya están aquí, hay personas frente a mi puerta, están tratando de entrar, vienen por lo que les pertenece. No se los puedo dar. Intento apretar la tecla para eliminarlo, pero una fuerza invisible me domina. Busco el arma que tengo en el cajón, es una pistola calibre 22, regalo de mi padre. La levanto y llevo el caño a mi sien mientras espero que entren.

La alcantarilla


5221, 5222, 5223, el hombrecito, de traje gris, enjuto, desgreñado y maloliente contaba sus pasos mientras transitaba por una solitaria calle. Su destino era incierto, como su futuro. Aferrado a su único amigo, un viejo y raído maletín, el hombrecito de traje gris y cabello gris, pasaba por el mundo que lo rodeaba como un ser anónimo más, sin que el frío de esa tarde le importara, sin que el torcido nudo de su corbata negra le molestara o sin que se diera cuenta que una suave garúa le caía sobre su maltrecho cuerpo acentuando aún más su condición de muerto.

5224, 5225, contaba cada paso, cada pie en la baldosa siguiente, tratando de no olvidar el anterior. ¿Era 5224 o 5225? Y así, cuando su malgastada mente lo engañaba, volvía a empezar, a huir, a morir un poco más.

- ¡Señor! – Sintió una voz calma atrás de su espalda.

Se dio vuelta y vio a nadie

- ¡Aquí, abajo!

¿Abajo, donde? ¿De qué lugar es esa voz?

El hombrecito de traje gris, de cabello gris y mirada gris intentó buscó sin suerte

- Aquí, en la alcantarilla

¿Acaso las alcantarillas hablan? No puede ser, solo transportan aguas servidas, desechos, mierd...

- Oiga, ¿me escucha? – la voz lo sacó de su deducción.

Se agachó y hundió su nariz en la boca de la alcantarilla.

- ¿Hay alguien ahí?

- Sí, claro – la respondieron desde lo profundo

- ¿Se ha caído? ¿Necesita ayuda? – Respondió asustado- ¿Quiere que llame a emergencias?

- No, gracias, yo vivo aquí abajo.

- ¿Vive ahí?

- Claro, este es mi lugar

- ¿Cómo puede vivir entre toda esa porquería?

- Igual que usted. ¿O usted no vive en la mierda?

El hombrecito de traje gris, cabello gris, mirada gris y sonrisa gris, enmudeció. Su mente no terminaba de entender la situación.

- ¿Y en que puedo ayudarlo?

- ¿Podría convidarme un cigarrillo? Usted es el único que pasa por aquí en horas y me muero por fumar.

El encorvado hombrecito hurgó en sus desahuciados bolsillos y solo encontró una montaña de pelusa y un sinfín papeles arrugados.

- No tengo –respondió – pero si quiere puedo ir a comprarle

- Imposible. Aquí no manejamos dinero, eso es basura. Aún  conservo el deseo de un cigarrillo después de comer pero pronto me lo van a quitar

- No entiendo. ¿Quiénes se lo van a quitar?

- El gobierno de mi país

- ¿País?

- Si, aquí abajo vivimos muchos y tenemos nuestro propio gobierno

- Pero... ¿por qué no sube? Acá arriba hay aire fresco, árboles verdes, pájaros y también cigarrillos

- Y hambre, miseria, violencia, drogas, desocupación. ¿Qué sabe de nuestro mundo?

- Nada, recién me entero por usted que existe un lugar así

- Entonces por qué mejor no baja para conocernos,  lo invito

- No puedo – respondió incómodo – Es como estar preso. No voy a sacrificar esta hermosa libertad que tengo para vivir entre los...

- ¿Libertad? – Interrumpió la voz - ¿De qué libertad me habla? ¿A usted le parece que trabajar 12 horas diarias para no tener un centavo en el bolsillo no es estar preso? Usted no es nadie, amigo, está preso de su propio sistema. Aquí abajo vivimos entre la mierda pero no tenemos las presiones de ustedes. Nosotros fuimos parte de su mundo, mi país es el reflejo de allí arriba, solo que aprendimos a convivir con nuestros fracasos, nuestros errores y nuestras culpas, y ahora podemos decir que somos libres.

- ¿Y la lucha? Tenían que haberse quedado aquí con nosotros para luchar por las oportunidades

- ¿De qué lucha me habla? Nos aplastaron, nos aniquilaron, nos obligaron a vivir en la oscuridad. Y usted no es la excepción, mírese, ni siquiera tiene un cigarrillo para olvidar sus penas. Pronto estará con nosotros


La bestia

La bestia estaba allí, agazapada, vigilante, escondida en algún lugar de la casa esperando mi llegada, dispuesta a saltarme feroz sobre el cuello para destrozármelo en segundos. Era una horrible criatura que se movía sigilosa por los rincones. Su olor fétido inundaba todas las dependencias. A veces, tenía que taparme la nariz para que el penetrante aroma de su sudorosa piel no me irritara las mucosas.

La había sentido varias veces, pero sólo en un par de oportunidades se cruzó delante de mí con la rapidez de una pantera, para luego refugiarse entre las sombras del comedor o la sala de lectura. Paciente, a la espera del momento justo, me observaba con sus ojos cargados de un iridiscente rojo sangre, mientras yo permanecía paralizado por el terror. Con el tiempo fui comprendiendo cuál era el propósito de su presencia: ocupar mi lugar. Entonces me di cuenta de que debía ser más astuto y calmo, tenía que tratar de introducirme en su perversa mente y ser más inteligente a la hora de actuar.

La casa donde vivía era de esos caserones antiguos y fantasmales, cargado de habitaciones, dependencias y, por qué no, alguno que otro espectro de tiempos pasados. Pero aquella criatura que rondaba los pasillos y cuartos no era un ser espiritual atrapado en un anacrónico siglo veintiuno, sino una abominable encarnación del mismo infierno, cebada con el instinto más criminal que se conozca y un odio ancestral que le daba razón a su naturaleza destructiva.

¿Cómo podía deshacerme de ese monstruoso animal? ¿Alguien creería mi historia?

Es muy probable que no. Dirían que la locura se había apoderado de mi mente y que, el lugar ideal para pasar el resto de mis días sería el hospicio.
No había otra solución: enfrentarla, demostrarle que ya no le tenía más miedo y que por más que lo intentara una y otra vez, nunca lograría destruirme. Mi vida o su execrable existencia se debatían a cada segundo.

Cuando entré en la casa, un frío visceral recorrió mi cuerpo. Escuché el jadear de su respiración y a su espumosa boca emitir un espeluznante ronquido desde el desván. Había olido mi presencia y se preparaba para la embestida final. Sabía, al igual que yo, que el enfrentamiento era a muerte. Avancé por el living con el paso lento, tratando de no ser oído. Mis ojos estaban atentos y vivaces, observando en distintas direcciones. Esperaba encontrarme con sus amenazantes ojos en la penumbra, abalanzarme sobre ella en un momento de descuido y acabar así con su vida en una feroz lucha.

Detrás de un ropero, la vitrina, bajo la cama o el juego de sillones; podía estar en cualquier lado, incluso en los espejos. Así que tomé mis precauciones. No debía dejarla atacar primero, tenía que ser más rápido y sorprenderla antes de que ella lo hiciese conmigo. Tampoco podía sucumbir a sus engaños; era muy hábil y seguramente trataría de inventar algún ardid para desorientarme y obligarme a bajar la guardia. En estos últimos años de convivir juntos había aprendido a conocerla casi como a mí mismo y sabía cuáles podían ser sus artimañas.

Continué avanzando por el centro del living. Una opresión en el pecho comenzaba a fatigarme y un sudor nervioso me bajaba desde la frente hasta la punta del mentón. Mis manos comenzaron a temblar, inquietas, ávidas de poder aplastar su cráneo como si fuera una cáscara de nuez y terminar con este macabro juego.

De repente, un rugido ensordecedor hizo temblar el ambiente, los vidrios de las ventanas se sacudieron como delgadas hojas de papel y una andanada de su fétido hedor inundó el recinto hasta hacer insoportable la respiración.

—¡Dios mío! —pensé.

La bestia comenzó a desplazarse hacia mí; sus pasos retumbaban grotescamente en el silencio de la noche. Sus enormes garras rasgaban la madera, quebraban el aire con lacerantes chasquidos que enloquecían al más cuerdo. Hubo otro bramido y un resople furioso. Mi corazón palpitaba desbocado. No podía morir ahora, tenía que aguantar, serenarme y enfrentarla. La bestia sabía que mi corazón no resistiría y jugaba con eso.
Se ocultaba, y volvía a bramar, como llamándome hacia a sus fauces.
Tomé coraje y salí decidido en su búsqueda. Me aseguré de que la pistola que llevaba conmigo estuviese cargada, con la bala en la recámara y sin seguro. Justo entonces la vi salir del gran espejo de living, como un enorme animal en celo. Se paró frente a mí con una mueca burlona en su rostro.

—Uno de los dos debe morir.
—Lo sé —le contesté, y no sentí miedo de ver aquel rostro tan similar al mío, pero a la vez tan desconocido—. ¿Por qué tanto tiempo?
Quizá porque en el fondo me amas y me odias a la vez… y nunca tuviste el coraje de enfrentarme.

Me miró fijamente y sus ojos refulgieron en la oscuridad.
— ¡Es inútil que te resistas! —sus garras garabatearon en el aire como un hervidero de serpientes—. ¡Ven conmigo, deja que fluya por tu cuerpo el Universo de la oscuridad, el reino de la ignominia, el placer y la lujuria!
Trataba de no escucharla, sus palabras surgían dulces a mis oídos, eran como un bálsamo para mis sentidos.
—¡No te escucho! —bramé—. ¡Soy libre! ¡Y no te tengo miedo!

La bestia rió y aquella carcajada resultó ser la más aterradora que haya oído en mi vida. Imágenes terribles subieron a mi mente, poblaron mi razón, el sentido común, la capacidad de pensar. Me estaba acorralando. Era un títere manejado por sus oscuras fuerzas. El infierno ardía en mi cabeza. Mis rodillas comenzaron a flexionarse. ¿Un acto de genuflexión ante el propio Satán?
—¡No tienes alternativa! ¡Arrodíllate ante mí y muere!
—¡No! —grité.

Alcé la pistola y disparé repetidas veces sobre el espejo hasta agotar el cargador. Un ruido ensordecedor sobrevino. Luego, el silencio. La calma. Los cristales se esparcieron sobre el piso como infinitos mundos que parecían observarme. La bestia ya no estaba, sólo quedaba el aroma de su piel flotando en el ambiente.
Permanecía helado, aunque bañado en una pegajosa transpiración, mi mano temblorosa aún sostenía el arma caliente y humeante. Vacilante, busqué en mi bolsillo, saqué otro cargador completo y lo cambié por el vacío.
Comencé a caminar en busca de los otros espejos. Sabía que la bestia todavía estaba en la casa.

martes, 3 de noviembre de 2009

Los viajes de Ulises

Ulises viajó dos veces en su mediana vida, éste era su tercer viaje y esperaba, fuera el último. La monotonía, la falta de pasión en el matrimonio y el agobiante esfuerzo por tener que trabajar todos los días más de doce horas para poder subsistir, habían hecho que tomara tal determinación.

Salió del cuarto muy despacio, tratando de no despertar a su esposa, que dormía profundamente en la oscuridad del dormitorio. Fue al baño y al cerrar la puerta detrás de sí, sintió la seguridad que le proporcionaba ese cúbico recinto. Las paredes cubiertas de azulejos blancos y luminosos eran como un maternal resguardo a la hora de tomar decisiones. Abrió la canilla; el agua helada le refrescó las articulaciones de sus dedos y los músculos de su rostro se crisparon al mojarse. Parecía un día como todos, el agua fría, el cepillado de sus gastados dientes, la afeitada diaria y el peine, acomodando su escaso y entrecano cabello. Pero Ulises sabía que esa mañana no era como todas.

Se vistió lentamente, buscando cada prenda con metódica armonía. Abrió su bolso de viaje, ese que ya había usado en sus anteriores partidas,  lo llenó con cosas que fue sacando del placar y lo cerró sin hacer el menor ruido.Su mujer soñaba sobre una inmensidad de sábanas, solitaria y ajena a su partida. Se inclinó y besó su frente con la suavidad de un “cirujano”  y sintió que su corazón le latía con más fuerza. Se incorporó, tratando de no dejarse llevar por los impulsos. Tomó su bolso y salió del cuarto rápidamente.

Entró en la habitación de sus hijos y se acercó a ellos. Eran como dos angelitos durmiendo en los brazos de su creador. Acarició aquellos rostros perfectos, esculpidos con el cincel de un prodigioso artista, sus labios le temblaron y una lágrima inundó sus ojos llenos de silencio.

¡No nos dejes, papá!

Las voces en su cabeza le desgarraron la garganta, le quebraron los huesos y le anudaron el corazón. Ulises sabía que no podía ceder, que la determinación estaba tomada y que su partida era inevitable.
Salió del dormitorio como espantado por algún inimaginable espectro, con la angustia contenida en su boca.

Comenzaba a amanecer, la cocina se iba  iluminando con los primeros rayos del  sol veraniego, Ulises entró en ella con el bolso aferrado a su mano y la firme decisión de irse. La pava, posada sobre la hornalla, parecía invitarlo desde la penumbra. Decidió que todavía era temprano y que podía cebarse unos amargos. Mientras el agua se calentaba, Ulises imaginó el lugar a donde se dirigía. Playas, sol y un mar inmenso y cristalino lo esperaban. Pudo sentir la dorada arena jugando entre sus manos y el refrescante océano mojando las plantas de sus pies. Contempló bellísimos amaneceres y dorados atardeceres. Visitó ciudades rutilantes y fascinantes paisajes, conoció mujeres hermosas y divertidas y compró regalos en grandes cantidades.

El silbido de la pava lo arrancó de aquel maravilloso paisaje. Se incorporó, algo desconcertado, y preparó el mate.  El fuerte sabor de la yerba recién cebada le reconfortó la garganta. Se sirvió un segundo mate y lo bebió lentamente, saboreándolo en cada sorbo, tratando de eternizar ese momento.
Luego de beber algunos mates más, encendió un cigarrillo, dio una profunda aspirada. El humo le infló los pulmones y le tiñó sus dientes castigados con nicotina. Miro su reloj, eran más de las cinco y pensó que ya era hora de partir. Lavó el mate,  guardó la pava como lo hacía todos los días y se dispuso a iniciar su viaje. Estuvo a punto  de dejarle una nota a su mujer, pero pensó que no era conveniente y que ella entendería su determinación.

Ulises, ¿ya te vas?

La voz lo sorprendió en la puerta, y detuvo su temblorosa  mano sobre el picaporte.

Todavía es temprano – Volvió a decir la voz de su esposa. Estaba parada frente a él, con el camisón arrugado y el sueño aún en su rostro.

Es que hoy entro más temprano,  Juan está de vacaciones y tengo que reemplazarlo en el torno.

¿Venís a cenar?

Sí, claro, como siempre…

Su mujer se acercó y lo besó con tibieza en la frente.

Dale un beso a los chicos – dijo Ulises, y sus palabras fueron apenas audibles. Tomó su bolso y se lo colgó del hombro.

Te olvidas el almuerzo…

Su mujer le extendió la bolsa con la comida.

Sí, gracias…

Ulises tomó el paquete con resignación y salió rumbo a la fábrica, como todos los días. Este, había sido su tercer viaje, pero no el último.