martes, 22 de julio de 2014

Despojos

Cuerpos.
La misericordia habita
en el espanto.
Huesos,
calcinación del nombre
en la hoguera de las palabras.
Carne,
fibra abierta a la insensatez humana.
Sangre,
derramada en el cuenco
de los tiempos quietos.

Y allí estoy yo
parado ante el horror
entumecido de oscuridad
alimentando la otredad
con la carroña
que dejaron los que alguna vez
arrasaron el suelo.

Un ser humano,
un solo listón de piel quemada
y una arma dispuesta a matar.
¿Quien la usara en nombre de otro?
¿Quien pondrá esa bala en la cabeza
de su semejante?
No seré yo quien apriete el gatillo,
no seré yo quien me lleve el apellido de otro,
si, quien reconstruya los despojos.

lunes, 14 de abril de 2014

Incidente en la ruta

Estoy frente al espejo. Me ajusto el nudo de la corbata. El cabello está algo despeinado, me paso la mano a modo de peine y me lo acomodo. Ana aparece por detrás, esta radiante y hermosa. Trae mi saco. Me ayuda a ponérmelo. Sé que vamos a una gala, pero no puedo recordar con exactitud a donde. Ana me rocía con Fareheint de Calvin Klein, aunque no me gusta ese perfume, la dejo que me rocíe. Ella también huele a perfume, Flower de Kenzo. 

Me pregunta algo, no recuerdo que. Su voz parece lejana, inconsistente, etérea. 
El auto está afuera, es un Senda gris metalizado, Ana me dice que quiere conducir. Yo acepto. La bóveda nocturna comienza poblarse de estrellas. El aire es fresco y revitalizante. 

El motor del Senda se enciende, Ana pone primera y salimos. Me pregunta si todavía la amo. Le digo que sí. Su voz ahora suena distinta, parece más clara. Luego de un par de vueltas salimos a la ruta. Esta oscura y solitaria. 

No puedo recordar a donde estamos yendo, sé que es un evento importante por cómo estamos vestidos. Ana no despega la vista del camino. Parece estar hipnotizada por las potentes luces que se acercan y desaparecen en un abrir y cerrar de ojos. Miro el velocímetro 130 km por hora. Vamos muy fuerte - pienso pero no se lo digo. La dejo que maneje. 

Todo pasa rápidamente, árboles, estaciones de servicios, carteles de publicidad. Es como si en vez de estar montados en un auto estuviéramos dentro de un furioso huracán. Los kilómetros son tragados en un pestañeo, solo las estrellas parecen permanecer inmóviles. 

Veo un cartel informativo, intento leerlo antes de que desaparezca, solo alcanzo a leer Rosario 299 km. Miro la hora en el tablero, son las 9 y 11 de la noche. No sé cuánto tiempo llevamos viajando. El tiempo me parece algo inalcanzable y misterioso. Sé que avanzamos porque nos movemos en línea recta, pero no puedo asegurar que avancemos en el tiempo. Ana no dice nada solo maneja. Le pregunto si quiere escuchar algo de música. Me dice que sí. Busco un tema que nos guste a los dos y lo dejo que suene. Es James Morrison y Nelly Furtado con Brooken strings. Lo tarareo mientras observo el paisaje nocturno. 

Ana baja la velocidad. Un enorme camión cargado de ganado transita la ruta a la velocidad permitida. Es como un enorme dinosaurio pero con luces de colores. Ana se posiciona detrás y espera el momento justo para pasarlo. Luego acelera. Su pie se hunde cada vez más en el acelerador y los cambios se suceden uno tras otros. Vuelvo a mirar la hora, solo han pasado unos minutos. No entiendo que sucede. Ana no habla, solo acelera. Las vacas van rumbo al matadero pero no lo saben. De pronto una curva que no estaba allí antes y dos luces que aparecen de frente. Son enormes, poderosas y potencialmente mortales. Estoy paralizado, ahora si el tiempo es eterno, demencial y desmesurado. 

Ana intenta hacer una maniobra dando un rápido volantazo. Puedo oír las cubiertas raspando el asfalto. Son como el gemido agónico de un niño. Miro por última vez la ruta. Todo comienza a girar como en una película filmada en cámara lenta. Los dos nos sacudimos como si estuviéramos dentro de una gigantesca lavadora. El cinturón de seguridad se incrusta en mi carne. Ya no tengo control de mi cuerpo. Como puedo, intento observar a Ana. Su cabeza parece estar completamente dislocada. Se tambalea como un ave en medio de una tormenta. Ya no la escucho. El silencio es insoportable.

Diminutos fragmentos del parabrisas golpean mi rostro, pienso que es agua entrando en cascada. Cada uno de los cristales va cortando mi piel. No siento dolor. Hay sangre brotando de mi frente. Veo otros objetos entrar por donde antes estaba el parabrisas. Son ramas y troncos. La cartera de Ana flota en el aire ingrávida y elegante, se abre y deja al descubierto todo su contenido. El frasco de perfume de Kenzo con su flor roja, es un atisbo de esperanza en medio de tanta oscuridad. Es como si tuviera luz propia. Por un momento es lo que único que observo, lo único que me llama la atención. Veo pasar al otro auto por delante para desvanecerse en apenas un segundo. No hay ruido de impacto. No hay gritos, no hay llantos.

Una vaca cruza el cielo y luego desaparece. La fugaz situación dispara una imagen en mi mente. Es como si tan solo por un instante, las tapas de los álbumes, Atomic mother y Animals de Pink Floyd se hubieran combinado en una sola. ¡Qué extraño funciona el cerebro en momentos de stress extremo! Una vuelta y estoy cabeza abajo, otra y estoy cabeza arriba. Así sigo hasta caer pesadamente y rebotar varias veces sin oponer la más mínima resistencia. Inmediatamente la oscuridad.

Una extraña fuerza me golpea y me empuja hacia adentro. Siento mucho dolor. Abro lo ojos, no sé bien dónde estoy, todo es muy confuso y borroso. Veo algo moverse, no lo distingo claramente, es como estuviera detrás de un vidrio sucio. Por alguna desconocida razón siento la sensación de estar encerrado. Observo todo desde una perspectiva extraña, como si fuera un ser diminuto. Los objetos a mí alrededor tienen otra dimensión, son más grandes y amenazantes. Me muevo inquieto, voy de un lado a otro. No entiendo que está sucediendo. ¿Estoy muerto? ¿Dónde está Ana? ¿Estará muerta también?

Un conjunto de voces empiezan a hacerse audible. Es raro, pero no las puedo reconocer. Son extraños vocablos inconexos. ¿Quiénes son? ¿Qué están haciendo? Siento algo en mi cabeza, es como si cargara un casco pesado o algo así. Intento levantar mis brazos pero solo puedo hacerlo a medias, me doy cuenta que son más cortos y peludos… ¿Qué está pasando? ¿Estoy alucinando?

Una enorme mano viene hacia mí, trato de huir pero me atrapa fácilmente. Mi corazón palpita completamente desbocado. Intento gritar pero solo emito un desagradable chillido. Estoy a varios metros de altura, puedo ver el piso desde mi nueva posición, es como si viajara en una gigantesca grúa. La mano me baja. Ahora estoy en una jaula. Hay agua y un plato con comida balanceada. Por primera vez puedo verme en el reflejo de un objeto metálico y brilloso. Soy un ratón de laboratorio y tengo el cerebro conectado a una madeja de cables que salen de mi cabeza como el entrevero de serpientes que caracteriza a la Medusa. Estoy totalmente desorientado.

A través de las rejas puedo ver más allá y me vuelvo a ver, pero esta vez como debe ser, como un humano. Estoy recostado en una camilla, un equipo de médicos o científicos están trabajando conmigo, hay cables adheridos a mi cabeza.
Siento un fuerte deseo de orinar y lo hago. El cálido fluido se desliza por debajo de mis patas y se filtra a través del piso de la jaula.

No se realmente que me paso, ni donde esta Ana, solo se que estoy vivo, convertido en una insignificante rata de laboratorio, pero vivo, y eso realmente me consuela. Después de todo ya no voy a tener que usar mas ese perfume que odio con el que Ana me rociaba.

domingo, 16 de marzo de 2014

Vivir en stand by

Hay días en los que la desesperanza abruma. Nada me sirve, nada me alegra, nada me sostiene. Somatización, invención de todos los males posibles.Dolores espirituales amalgamados con los físicos. Pesadumbre, exacerbación de lo intangible, de lo imaginario como cruel destino. Enfermo de nada. Abatido, sumido en la tozudez de tener algo malo.Verse al espejo día a día como una sombra que se apaga es una tortura placentera. Imposible que entiendan.

Voy y vengo, leo, investigo, comparo mi cuerpo en búsqueda de algún cambio, algún bulto, alguna mancha. Creo que tengo..., no, me parece que es... pero también puede ser... y porque no... Y así estoy entre la incertidumbre y la certeza, entre el bienestar y la enfermedad.

Voy al medico. Chequeo normal. Estado general, cada vez peor. Mas cansado, mas dolores, mas males, mas pensamientos tóxicos. Me tratan de loco, quizá lo esté.Cambio medico, nada cambia, todo sigue igual. "Todo en esta en tu cabeza" me dicen y mi cabeza responde: "Quiero anular ese deseo desenfrenado y obsesivo de sentirme enfermo... pero ¿cómo hago?" 

Todo es incontrolable. Cada día un síntoma nuevo, una enfermedad nueva y una ansiedad que no para. Siento que voy muriendo en pequeñas dosis, un poquito cada día, cada hora, cada segundo. 

No quiero pastillas, no quiero psiquiatras que me envenenen, aunque se que los necesito. Busco salir por las mías. Difícil. Todo se hace muy difícil. El malestar esta, el dolor sigue. Las ganas de quedarse inmóvil por una eternidad hasta que pase la crisis seria lo mejor. Pero no puedo hacerlo, no tengo ese poder... ¿o si? 

Pienso, si tengo el poder de sentirme mal ¿por que no puedo tener el poder para sentirme bien? ¿De que depende? ¿Donde esta el interruptor que invierta las cosas?

Quisiera tener una llave externa que me permita realizar esa inversión. No la tengo, quizá este dentro mio, no lo se. Metería mis manos en mis entrañas hasta encontrarla para tirar de ella y del cable que le da corriente, desenchufarme y vivir, aunque sea por un instante, en stand by.

miércoles, 12 de marzo de 2014

Duda

Dudo porque soy humano,

dudo porque estoy vivo,

dudo porque creo,

dudo porque soy débil,

dudo por mis propios limites,

dudo porque puedo pensar.

lunes, 10 de marzo de 2014

Anécdotas de mi padre

El algarrobo del cacique Pincén


Corría el año 1934 aproximadamente, yo tenía unos 7 y 8 años. Mi tío Bati había comprado un almacén de ramos generales en un pueblito de la provincia de Buenos Aires, situado entre los pueblos Salidllo, 25 de Mayo y Chivilcoy, a unos 200 km de la capital federal.

Mi tío viajaba periódicamente en su Studebaker 4 puertas por caminos ríspidos, sin asfaltar y muchas veces llenos de lodo. El viaje duraba varias horas y era una verdadera aventura. Yo aprovechaba las vacaciones para ir con él, ya que la pasaba muy bien cuando estaba allí en el campo.

Un vez a la semana iba al almacén en su volanta a tiro de caballo un estanciero llamado Don Antonio Coltrinari que era muy amigo de mi tío y me quería mucho. A veces, me venía a buscar y me llevaba a su estancia La María a pasar 3 o 4 días. A mí me encantaba estar ahí porque cazaba pajaritos con la honda, me bañaba en el arroyo, pescaba anguilas, andaba a caballo y aprendía todas las actividades del campo.

Frente al casco de la estancia había un árbol de algarrobo enorme pero seco que tenía la corteza del tronco como si alguien con un hacha le hubiese pegado cientos de golpes. Intrigado por lo que le había pasado al árbol le pregunto a Don Antonio ¿Qué le pasó al árbol? Don Antonio con su característica parsimonia de hombre de campo me cuenta la historia. Hace 60 años aquí tenía la toldería el Cacique Pincén. Desde acá Pincen lanzaba los malones contra Salaidllo y 25 de Mayo. Cuando volvían de sus incursiones con el malón traían lo que habían robado, ganado, bebidas, vajilla, cautivas y prisioneros. Los prisioneros eran militares que habían capturado. Cuando llegaban a la toldería desnudaban a los prisioneros y los ataban al algarrobo. A la mañana siguiente los hijos de los indios se entretenían tirándoles las lanzas y cuchillos hasta darles dolorosa muerte. Luego, los desataban y se los tiraban a los perros hambrientos, que tenían cualquier cantidad, para que se alimentasen”.

Mire el árbol y no dije nada, haber sido testigo del árbol de Pincén es uno de mucho hechos que guardaré en mi memoria por toda mi vida.

sábado, 8 de marzo de 2014

Mañana


La mañana abriga el espanto,
viento enjaulado en el pájaro
que quiere ser libre.
Despunta el sol las aristas del metal,
las almas se animan a salir a las calles.
Los muros hablan desde su pálida escritura,
alguien quiso que así sea, otros, lo escucharán al pasar y olvidaran su parábola al instante.

La mañana huele a muerte,
los insomnes participan de la fiesta
a la que nadie fue invitado
¿Será que el miedo los paralizó?
¿A dónde fueron aquellos que le escaparon al destino?

La mañana llora al tiempo,
y el árbol lo hace por el bosque,
cruel destino cuando las maquinas braman.
Aquí y allá es lo mismo,
el curso de los acontecimientos camina
ciego por el devenir.

La mañana, el pájaro, el sol, las almas,
los muros, los insomnes, el árbol, el bosque,
la vida.

miércoles, 5 de febrero de 2014

Soy

Soy la luz que anida en tu cabello,
soy la esponja que absorbe tu sudor,
soy la piedra en tu pendiente,
soy el pie de tu zapato
soy la nube que empaña tus mañanas,
soy el aire en tus pulmones
soy el viento en tu pollera
y soy la risa en tu tristeza.