Su bella estampa desdibujo el espacio,
cantaba el gallo la mañana gris
cuando apenas despertó de un sueño.
La manos, inquietas, veneraban la lluvia
que traía olor a tierra húmeda,
y los labios desmesurados de un rojo rabioso
acariciaron el dulce néctar de la miel sobre el pan crujiente.
Temprano, el tiempo no cesa en su pertinaz obstinación,
deambula entre las hojas que empiezan a pintarse de verde,
y se enreda en los cabellos de ella.
El día empieza a destejerse entre las madejas
que las horas guardan en secreto,
en la su figura recortada contra el ventanal,
en los pies sin sostén,
y en los lirios que despiertan al sol
que de a poquito va ganándole a las nubes
y despunta su horizonte imaginario.
cantaba el gallo la mañana gris
cuando apenas despertó de un sueño.
La manos, inquietas, veneraban la lluvia
que traía olor a tierra húmeda,
y los labios desmesurados de un rojo rabioso
acariciaron el dulce néctar de la miel sobre el pan crujiente.
Temprano, el tiempo no cesa en su pertinaz obstinación,
deambula entre las hojas que empiezan a pintarse de verde,
y se enreda en los cabellos de ella.
El día empieza a destejerse entre las madejas
que las horas guardan en secreto,
en la su figura recortada contra el ventanal,
en los pies sin sostén,
y en los lirios que despiertan al sol
que de a poquito va ganándole a las nubes
y despunta su horizonte imaginario.
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