Frente al abismo el demiurgo hace su anuncio.
Las tempestades que asolaron remansos
presagian los tiempos que se avecinan.
Un rugido de leones hambrientos se amontona
en lecho del vidente que sueña,
parado frente al precipicio que se abre bajo sus pies.
El apocalipsis cósmico cabalga sobre nubarrones
de fuego y muerte.
Caen las almas condenadas a la tierra como jirones de piel marchita.
Son las huestes del hambre, la guerra y el padecimiento.
El que ve más allá de todo nada puede hacer.
Solo espera en el borde de la oscuridad impenetrable
la señal que lo guíe, que lo convoque a ser testigo
del final de los tiempos.
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