Nace el día sobre el caserío,
Los perros mueren en un eterno ladrido,
famélicos despojos de la naturaleza.
Duermen las entrañas del ladrillo y el cartón,
sus habitantes, inmóviles pasajeros sin retorno,
dejan de existir por un instante.
Media la tarde sobre el horizonte despeinado,
corren alegres los niños, mirándose los rostros
manchados de pobreza,
y un nuevo sueño parece volver sobre sus ojos.
Crece la tarde sobre las chapas,
el polvo y las riberas,
un sol maternal derrumba
el osado frío de la noche.
Muere la tarde sobre los pies descalzos,
las barriadas y bailantas,
el vino tinto y la pelea.
Nace la noche sobre los huesos rotos,
los insultos y la cuchilla,
la música arde en las esquinas,
ya nadie duerme, ya nadie escucha.
Y otra vez el día, anunciando su rutina,
acaricia los cuerpos, inundados en alcohol,
desnudos de palabras, abatidos, olvidados.
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