miércoles, 7 de enero de 2015

Universo

Cuantas veces, en especial cuando éramos niños, solíamos tendernos sobre el pasto húmedo en una diáfana noche de verano a observar durante horas, el cielo nocturno. Mientras los aromas de las hierbas frescas y de las flores silvestres nos acariciaban el sentido del olfato no despegábamos la vista de aquel conglomerado de brillantes estrellas, embelesados y reflexivos.

Recuerdo que para mi y mis amigos, observar la inacabada bóveda celeste era una de las maravillas más inconmensurables de la creación, pero también uno de los misterios más insondable e imposible de develar. Su complejidad y su infinita extensión eran  un gran galimatías que no podíamos resolver por más que nos esforzáramos  En esa inocente mirada existía una innata curiosidad ontológica de nuestra parte, que nos llenaba de preguntas de carácter metafísico. ¿Somos los humanos los únicos habitantes del Universo? ¿Es realmente infinito? ¿Quien lo creo? ¿Se pueden contar las estrellas? y como siempre, no lográbamos encontrar esa respuesta que llenara el vacío existente en nosotros, porque la comprensión de como funciona el Universo estaba más allá de nuestros limites intelectuales.


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