Las manos callosas,
los dedos asperos,
la piel curtida y deshidratada,
los pies cansados de andar milenios,
caminos largos que se cruzan
como ríos de fuego.
Los años desiertos
marcan las horas pasadas,
aumentan la espera
de no saber lo que vendra
y detienen todos sus sueños.
Son cuerpos marcados
por las llagas del alma
que se agolpan de a cientos,
dispuestos al azar,
solo un conjunto de carne
seca y olvidada.
Nadie los recuerda,
nadie los nombra
nadie los convoca
permanecen bajo las sombras
del destino atroz,
no tienen tiempo ni espacio,
habitan el abismo
de la ignorancia
y caminan hacia la cruel condena
de no pertenecer.
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