La noche intenta detener
el hilo de la tarde,
alargando su mano de luto,
su inevitable y triste rutina.
La tarde va borrando
su trama de brumas,
su imagen desierta
para penetrar en el limbo
etéreo de la noche,
en sus fauces de oscura sed.
Y así, entregándose al ritmo
desenfrenado de los sueños
que se vuelcan sobre el cielo,
la tarde vuelve a reiterarse
en sus formas más antiguas,
sacrificando un tiempo
que fuera suyo.
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