Viaje por el Aleph
y vi a Borges,
desnudo,
casi infantil,
mirándome desde el vasto Universo
que se abría dentro de la esfera.
Su alma bebía
de la boca de los grandes guías
y la sabiduría moraba en él.
Su paz, era la del experimentado viajero
que recorrió el mundo en un instante
y su voz,
perfume de letras infinitas,
me invitaba al derrotero
de sus noches.
Avancé por el Aleph
y el maestro me prestó sus ojos,
para ver más allá de los números infinitos,
me tendió su mano
para que la totalidad fuese toda mía.
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